martes, 5 de abril de 2016

no mereces

Cada vez que parecía que las lágrimas iban a brotar de la esquina de sus pestañas, la sal la volvía para atrás. ¿Para qué llorar? Cuajaban como mucho 2 o 3 lágrimas que acababan muriendo en latas de cerveza y canutos a medias. Cuando parecía que no tenían sentido, empezaron a encontrárselo. Muriendo en avenidas vacías, teñidas por el naranja de las farolas, andaban y andaban, lento pero sin detenerse, rápido sin disfrutar. Los labios que sangraban detrás asumían la carga del nunca empezar, del nunca acabar. Las palabras se congelaban en el vaho que desprendía su boca, marcada por las verdades a medias que se habían convertido en pilar constante. Aquel grupo inglés de los 80 rellenaba la habitación hasta los topes, ya no faltaba nada, ya no sobraba nada.


sonando...

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